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NADIE ES PROFETA EN SU PROPIA TIERRA

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 Marcos nos ha dicho que Jesús fue rechazado por las autoridades religiosas que lo tratron de endemoniado y que hasta su propia familia dijo que estaba loco y querían llevarlo a su casa; el evangelio de hoy nos habla de la absoluta falta de fe de los suyos, amigos y parientes.

 

Jesús regresa a su pueblo donde vivió 30 años, llega de manera inseperada convertido de la noche a la mañana en un maestro, rodeado de sus disdípulos. Jesús no ha estudiado con ningún rabino (maestro) ni tiene títulos oficiales por eso no sale nadie a recibirle. Tuvo que esperar al sábado, e ir él a la sinagoga a hablarles. Ellos no fueron a la sinagoga a escucharle, sino a cumplir con el precepto. Jesús por su cuenta, se pone a enseñarles.

 

Sus paisanos le conocían muy bien, sabían quien era su familia, lo habían acompañado en su niñez, habían jugado y trabajado con él; era solo uno más del pueblo lo apodaban el hijo del carpintero. Terminaron por lanzarle duras críticas. Lo rechazan también porque no estaban de acuerdo con la tradición que enseñaban los jefes religiosos. No supieron ver en Él a un profeta que habla “en nombre de Dios”, y les costó mucho escuchar sus palabras como “palabra de Dios”; les fue difícil reconocer a alguien visto como “uno de nosotros” haya sido elegido y enviado por Dios. Por eso quedaron extrañados y se escandalizaron; ni siquiera pronuncian su nombre; dicen despectivamente que es es hijo de María, no mensionan a su padre, que era la manera de considerar digna a una persona.

 

Para ellos dejó de ser hijo de José, porque había roto con la tradición de su padre; ya no era un seguidor de las tradiciones, como era su obligación. No es fácil reconocer el paso de Dios por nuestra vida, especialmente cuando ese paso se reviste de “ropaje común, como uno de nosotros”. A veces quisiéramos que Dios se nos manifieste de maneras espectaculares ‘tipo Hollywood’, pero el enviado de Dios, su propio Hijo, come en nuestras mesas, camina nuestros pasos y viste nuestras ropas. Es uno al que conocemos, aunque no lo re-conocemos. Su palabra, es una palabra que Dios pronuncia y con la que Dios mismo nos habla. Es el Dios humano y sencillo, que trabaja, que suda, que se hace solidario, nuestros ojos no están preparados para ver en esos signos la presencia del paso de Dios por nuestra historia. Rechazamos por instinto cualquier Jesús que hoy quiera hablarnos de las cosas de Dios o pretenda ayudarnos a corregir el rumbo de nuestra vida o quiera enseñarnos cosas contrarias a nuestros intereses.

 

No permitimos que nadie nos complique la vida acostumbrados a oír siempre lo mismo, Siempre que nos encerremos en ideas equivocadas del evangelio de Jesús que no respondan a nuestras expectativas, estamos preparándonos para el escándalo. Hoy sigue habiendo profeta que al igual que Jesús nos hablan de un Dios desconcertante e imprevisible que puede salir sorpresivamente para incomodarnos. El verdadero seguidor de Jesús nunca estará conforme con la situación actual, ni personal ni social, porque sabe que es contrario al proyecto de Dios El auténtico profeta nos resultará incomodo, porque navega contracorriente, es un inconformista, un indignado. No sabemos reconocer a nuestros profetas. Es siempre más fácil esperar cosas fuera de serie, o mirar alguien de afuera, es más dificil ver al Dios cercano en los que luchan, se “gastan y desgastan” entregados al servicio de su pueblo, aunque les cueste la vida.

 

Es más maravilloso mirar los milagros que nos anuncian los predicadores itinerantes y televisivos, que aceptar el signo cotidiano de la solidaridad y la fraternidad. Dios es desconcertante. Si esperamos encontrar al Dios hecho a nuestra medida y a nuestros intereses egoistas, nos engañamos a nosotros mismos aceptando al ídolo que ya nos es familiar.

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